Durante milenios, el hombre sólo pudo transmitir muy limitadas cantidades de información, a muy baja velocidad, y con un rango o alcance muy corto. Medios acústicos u ópticos poco confiables en su eficacia como gritar, sonar cuernos de animales, tocar tambores, encender y mover antorchas, reflejar intermitentemente la luz del sol en espejos, o emplear lámparas para conseguir un efecto análogo en la oscuridad, entre muchas otras técnicas igualmente limitadas, fueron sus únicas herramientas durante muchos siglos, hasta que se inventaron la escritura y luego la imprenta, así como diversos medios de transporte rápido sobre tierra y mar. Pero a pesar de estas sorprendentes innovaciones, y aun a principios del siglo XIX, en general los mensajes y la información podían tardar semanas o meses en llegar a su destino, con una alta probabilidad de interferencia (robo o pérdida accidental) y de inutilidad u obsolencia al ser recibidos.